jueves, 19 de junio de 2014

Flores sin nombre, XII. De la Memoria



XII.DE LA MEMORIA

37

Pasear entre enrejados celosos,
rebosantes de geranios granates.
La calle, empedrada y cuesta arriba.
El olor de los jazmines de los ricos,
de los sampedros, del galán de noche. Y del rocío.
El crepúsculo en el cenáculo abandonado,
con su fuentecilla de piedra seca.
Y aún la noche quedaba por vivir.
Volver la vista atrás y darse cuenta
de que hay un más allá de lunas claras.
Y de pánico a los insectos y a los gatos.
La espera era más dulce,
la carne aún no era el destino.
El tiempo nos odiaba un poco menos.
 

38

Vivir sin buscar palabras.
Cautivo de la inmediatez de las sensaciones.
La inquietud no era un enigma,
sino un beso rebelde en la nuca de los ángeles.
Los brazos poderosos
de alguna matrona inalcanzable
y el sexo escondido bien a la vista,
amparado en la reputación de niño reciente.
Mirar cuando los demás
disimulan con pericia que te miran.
Buscar el territorio oscuro,
seguro del perdón, pendiente del futuro,
prometiéndose goces que uno creía
al alcance de casi todos.
Qué fácil es ser hombre,
cuando no se es hombre todavía.
 

39

Un viejo juguete. Ese triste objeto que convertimos en sagrado
al morderlo, al golpearlo.
Era todo porque éramos nosotros.
Lo convertimos en comprensible para nadie.
Traicionamos su destino,
como traicionamos el de todo aquel que amamos.
Hoy, arrumbado en un cajón oliendo a polvo,
lo encontramos y buscamos
en vano los signos que nunca le inscribimos,
los signos que tan sólo imaginamos.

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