sábado, 24 de enero de 2015

Flores sin nombre, XXIV. DEL TIEMPO.


75

La presencia de lo posible escandaliza con su calma.
El cinismo criminal de las rutinas.
La fuga no es más apetecible que la espera.
No hay culpa. Ni redención.
Ni la posibilidad vívida del pecado.
Los tuétanos vociferan y cantan,
como un alambre de espino dragando el esqueleto.
 

76

Recogido al calor de la inexpugnable cárcel
de mi inmortalidad desdicha.
El flujo de una paz oleaginosa
arrulla mi pecho en calma.
Los deberes, cumplidos y los imposibles,
tranquilos ante la llama del hogar
como un cachorro agotado por sus juegos.
Cómo refrescan las lágrimas
colapsadas en el cuello
y los sudores densos
macerándose en las sienes.
Nadie compartirá conmigo
mi desdicha inmortal.
Nadie sentirá el suspiro
sedoso del enigma
en el que lo real me envuelve,
como una bruma de otoño
que alguien dejó olvidada,
en el paisaje de mi invierno.

77

Era pequeño, rubio, barbudo. Su presencia juguetona y prodigiosa se nos había hecho amable y necesaria. Estábamos sinceramente preocupados por su bienestar, así que nos decidimos a hacer una visita a su morada. Encontramos un humildísimo predio, a orillas de la corriente fluvial, y supimos que nos había mentido. Conseguimos localizarlo e interpelar su mirada infantil, del color de un crepúsculo pacífico y del firmamento barroco. Le dijimos que era imposible que escondiera todas las riquezas que se había ufanado de poseer en aquella humilde parcelilla, llena de hierbajos agrestes, y con un sencillo cobertizo de lona como único cobijo. Nos respondió: “pues las tengo a muy buen recaudo. Vosotros habéis buscado en esta pobre fracción del espacio, pero –aquí, su rostro de querubín refulgió pleno de gloria, envuelto entre dorados, como el pubis inmaculado que soñara un trovador atrapado en la maraña de sus metáforas banales- todo mi tesoro está inexpugnablemente guardado en el tiempo”. Nos ofreció una explicación convincente de en qué consistía la arquitectura de su guarida invisible, alzada con el único material de los instantes inasibles. Pero por más que lo intento, en esta vigilia tridimensional y achatada, no consigo recordar la urdimbre de su argumentación. Sólo recuerdo que era una explicación lógica, bien protegida de cualquier posible refutación, una elegante trama de conceptos brillantemente concatenados, y no una vulgar parábola edificante, henchida de fatua sabiduría.


Tempus Fugit I, Narciso Echeverría

Tempus Fugit II, Narciso Echeverría

Tempus Fugit III, Narciso Echeverría

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